Yokozuna + A Love Electric @ Imperial

August 24, 2015

A Love Electric

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Yokozuna
Yokozuna1 Yokozuna2 Yokozuna3 Yokozuna4 Yokozuna5

Por Luis Madrigal
Fotos Roxana Rojas

Quien dijo que el Rock había muerto nunca tuvo oportunidad de escuchar a YokozunaA Love Electric una noche de viernes en El Imperial de la colonia Roma.

No hubo en el concierto de dos tiempos que protagonizaron estas bandas, un aviso, una advertencia para los de problemas cardiacos, una sugerencia de que lo mejor que se podía hacer era pararse cerca del escenario con una cerveza en la mano y sin cera en los oídos para que el efecto fuera completo.

Apareció primero, con un batacazo haciendo las veces de saludo, A Love Electric, el trío indefinible (¿es Jazz? ¿es Rock Alternativo, Progresivo? ¿es Folk Eléctrico? ¿es Blues con pilas triple A? ¿importa saber?) Conformado por Todd Clouser (voz y guitarra), Hernán Hecht (batería) y Aarón Cruz (bajo). Los tres, músicos genuinamente virtuosos. Es imposible hablar de un setlist con esta banda: lo suyo fue un acto, completo, sin cortes, sin interrupciones, casi sin oportunidad de respirar.

Clouser y compañía operan una magia doble. En primer lugar, sobre el escenario, parece que los tres están solos en el universo con su instrumento, y entonces lo acarician, lo miman, lo rasgan, lo observan, bailan con él, lo llevan al límite de sus posibilidades. Estos músicos no tocan sus instrumentos: los manipulan.

Clouser quizá más que ninguno. El guitarrista estadounidense establece desde el minuto primero un diálogo con su guitarra, aunque es imposible saber si él le contesta a ella, si él le pregunta y ella responde, o si hablan juntos, repitiendo todo al unísono como dos amantes que completan ya las oraciones del otro. El brazo de la guitarra azul de Clouser ha sido recorrido tantas veces que ya se observa el color de la madera. Clouser es un wah-wah vivo, sus letras, un lamento bluesero que se repite y se repite, en diferentes tonos y en diferentes intensidades, mientras él rasga las cuerdas fuera de la guitarra y, hasta donde uno alcanza a ver, se avienta el concierto completo sin una cuerda.

Pero lo mismo sucede con Hecht, que acaricia los platillos de la batería con la palma de la mano para que suenen como él quiere, y que en vez de simplemente golpear la tarola choca las baquetas sobre uno de los tambores para que uno tenga que voltear a ver cómo consiguió esa nota (no hay otra forma de llamarle). Lo de Cruz, lo mismo, un bajista completo que lleva todo el tiempo el ritmo y fluir de las piezas —mientras Clouser está en su alucine perpetuo (que no deja de ser, nunca, exacto y genial) —al tiempo que, de verdad, parece que se divierte muchísimo.

Y he ahí el segundo componente de la magia de A Love Electric: que aunque parecen absortos en su propia interpretación, estos tres músicos se comunican entre sí de una manera genial, espléndida, que sólo se obtiene si han ensayado durante tantas horas como para aprenderse las horas de comida del otro, o si simplemente es imposible que fallen tres artistas que decidieron, para suerte de todos, ponerse a tocar juntos.

En suma: si usted tiene la oportunidad de ver a esta banda en vivo, tómela.

Checa nuestra entrevista con Todd Clouser

Después, vino Yokozuna.

Un dúo conformado por un par de hermanos, uno pelón, el otro peludo; uno gordo, el otro enjuto; ambos apellidados Tranquilino pero que rockearon con el furor y la distorsión menos apacibles de la cuadra. Uno es vocalista y guitarrista, el otro es baterista y ambos la pasaron fenomenal, acompañados como estaban de sus amigos en el público, con quienes compartían chistes privados y sus respectivas bebidas.

En un estilo que recuerda a algo de los White Stripes, la guitarra y la batería de Yokozuna se enfrascan en una especie de reto fúrico, donde la meta es tocar más fuerte y tocar más rápido.

En realidad, cuando el estribillo de una de tus canciones es “No mames que todavía sigues aquí” es casi imposible que falles.

El público fue más efusivo y más numeroso durante el concierto de Yokozuna que cuando A Love Electric estaba sobre el escenario. Los gritos desaforados del baterista (José Antonio), su camisa abierta hasta la panza, empapada en sudor, la sonrisa casi tímida en la cara del vocalista (Arturo), y los perpetuos riffs de una creatividad simple pero poderosa (el toquín abrió con una rola que podría haber sido de Pantera, sin problema) contribuyeron a crear un clima de pachanga Punk que, sin embargo, sonó afinada todo el tiempo.

La noche se acabó como empezó, sin un estruendo, con el telón cerrándose discretamente, sin un aviso para los que sufrieron, durante el concierto doble, problemas cardiacos cuando se enteraron que, en efecto, el Rock no estaba muerto.

Post escrito por: Blogger invitado

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