Por Guillermo Zamudio @_vice25
Foto José Jorge Carreón (OCESA)
En algún tiempo era común juntarse con amigos a escuchar discos, poner un acetato en la tornamesa, colocar la aguja sobre él, sentarse y cerrar los ojos para sentir la música; y justo esa experiencia es lo que Hugh Laurie ofreció la noche del martes en el Auditorio Nacional: una noche entre amigos.
En un escenario que era como la sala de alguna persona, con lámparas de luces tenues y un candelabro que acompaña desde lo alto, una imagen de la leyenda del Blues Son House, trajes de los años 40, lentes oscuros, vestidos de Charleston y whiskey, Hugh, con un traje morado y una camisa verde, fungió como un excéntrico anfitrión.
Después de presentar a The Copper Bottom Band como vengadores nocturnos en un buen español, Laurie salió para tomar un largo paseo por todo el escenario mientras recibía la ovación de casi 7 mil personas y, recordando sus tiempos con Rowan Atkinson en The Black Adder, hacer gala de su comicidad al decir que todo el español que sabía le alcanzó solamente para hablar durante un minuto en el que dio las buenas noches, dijo que estaba muy contento de estar en México y de llamarse “un idiota inglés”.
La noche de Jazz, Blues y Soul transcurrió a través de covers de canciones que a Laurie le gustan mucho, como el mismo lo dijo, no iba a salir a tocar canciones que odia, “Let the Good Times Roll”, “Evenin’”, “Send Me to The Lectric Chair” y “Junco Partner“, todas ellas clásicos de años atrás y que marcaron de alguna manera su vida.
Es notorio que Laurie disfruta mucho ésta faceta de músico, como quien hace lo que le gusta junto a gente que admira, situación que se hace palpable por la enorme cantidad de elogios que entrega a los músicos que le acompañan, a quienes incluso, como confesó, le daba bastante nerviosismo conocer y sobretodo tocar con ellos, es por ello que impuso una tradición.
Un miembro de su staff salió con una charola y ocho vasos tequileros, uno para cada persona sobre el escenario, un Laurie ya sin su saco y sonriente, comenta como le gustaría ser Oprah Winfrey en momentos como para decirle a todos los presentes que mirasen debajo de su asiento para poder brindar juntos, pero que al no ser posible, brindarían por el público; y así como llegó el whiskey, se fue.
Uno de los momentos que más emocionaron a la gente fue el momento en el que la cantante guatemalteca Gaby Moreno, a quien Laurie utilizó en algunos momentos como traductora para poder expresarse con el público, lo acompañó para cantar “El Choclo“, un tango, en el cual a mitad de la canción ofrecieron un baile para todos los presentes que acabó con un beso de novela, de esos que se dan, pero prácticamente en el cuello.
Fue un show muy dinámico en donde Laurie servía más como facilitador, mas como un anfitrión que como un protagonista, y en donde hubo movimientos de todo tipo, canciones practicamente a capella de parte de los músicos hombres, duetos de Moreno y la cantante de R&B Jean McClain y pequeños monólogos de Hugh, quien incluso agradeció a los asistentes por tomar el riesgo de ir a ver a alguien que era un actor y que ahora pretendía hacer música.
El alto hombre inglés logró una buena identificación con el público gracias a su carisma, habló sobre el Mundial de futbol en Brasil, le deseo buena suerte al equipo mexicano y le auguró mejores resultados que a la propia selección inglesa, sin embargo, el público le entregó algo que no esperaba.
El momento emotivo de la noche llegó cuando, sentado en su piano, se disponía a interpretar “St James Infirmary“, y el canto del público le sorprendió, no entendía qué decía la gente, dudo un poco, pero siguió con las primeras notas de la canción, el grito comenzó a ser más fuerte y claro, no fue hasta que Moreno se le acercó y le dijo que era el “Happy Birthday” cantado en español que Laurie entendió todo, “Las Mañanitas” se hicieron presentes y conmovido no le quedó más que levantarse del piano y agradecer al público: “Es el mejor regalo de cumpleaños que me han hecho, gracias”.
La banda regresó en dos ocasiones al escenario, en la última fue para interpretar “Samba pa’ ti“, la cual fusionaron en uno de los coros con el “Cielito Lindo” e hizo que la gran mayoría de la gente cantara al unísono, para ese entonces quienes estaban en las primeras filas ya se encontraban de pie, arremolinados frente al escenario, unos bailando y otros con los brazos arriba.
Para terminar, mientras la banda tocaba las últimas notas, Laurie volvió a recorrer el escenario de un lado a otro, tocando palmas, una tras otra, señalaba a uno y a otro lado a personas que se encontraban más arriba. Los músicos se juntaron para hacer una reverencia al público que correspondió aplaudiendo de pie.
Era momento de despedirse de los amigos, esperando a la siguiente ocasión para encontrarse en la casa de alguien más para escuchar discos y canciones viejas, para beber whiskey, para reír y pasarla bien.




