Una historia de detalles
“Pensar que ayer creí morir”
Rosario Bléfari
Por Maza @ideasdelmaza
En este hemisferio llevamos unos días verano; en el otro lado, el invierno se ha vuelto helado de golpe. Mientras veo la decadencia en la televisión recibo una triste noticias.
-¿Conoces a Rosario Bléfari?
-Sí
-Se ha muerto.
De golpe recuerdo su libro La música equivocada que acabo de conseguir hace unos meses después de años de búsqueda. “La lluvia me persigue y me alcanza”. Me vienen algunas líneas hermosas, evocaciones perfectas de la cotidianidad. Su voz que rompe el silencio con arrullos. Y me vienen muchas de sus canciones: perfectos viajes delicados y profundos. Su presencia en los días es de detalles, reliquias mínimas y precisas. Ver la ciudad desde lo alto, recorre el campo sin sentido, los caminos y las playas mientras quiebra el viento.
Rosario Bléfari ha muerto de cáncer y tras de sí deja un universo musical y poético elegante y preciosista que nos ha acompañado de muchas formas y colores. Una tarde del año 2000 encontré por accidente una versión a Le Mans de Suárez. Ese nombre críptico para una banda parecía algo extraño pero sugestivo; y la Bléfari cantando “Mi novela autobiográfica” me envolvió. Velozmente conseguí el EP 29:09:00, y como hipnotizado caminé las calles escuchándolo en el discman. Apresado por su voz busqué más y me topé con el Excursiones (1999). La portada casi surrealista futbolista es el umbral a una naturaleza suave y evocativa. “Río Paraná” –pequeño éxito del grupo- es una sutil introducción a canciones abrumadoras como “La distancia” o “La niebla“.
El grupo dejó de existir antes de poder aprenderlo; su música fue un camino a la raíz. Primero Galope (1996), con ese sonido colorido y crudo resumido en “Porvenir” y “Estrella Solitaria“. Noches de montañas y mares que se pintan con electricidad. Luego Horrible (1995) en el que la experimentación trabaja con el Pop con una dulzura oscura entrañable; “En la bicicleta” recorre el cuerpo como un tejido latente. Y al final Hora de no ver (1994) y eso Lo-Fi insólito que era una señal venida desde las raíces. “Flores de hotel” una caricia premonitoria.
Y tornar a emprender un viaje con sus discos solista, Cara (2002) y Estaciones (2004); par predilecto: ligeros vuelos para un adolescente crepuscular melancólico. Las ventanas de los cuartos aun suspiran con “Convicciones”. Incluso ahora, cuando hay dos silencios en el teléfono pienso en “Partir y Renunciar”; un eco de luminosidad lo cubre todo. Misterio Relámpago (2006) es un túnel al pasado; recorrer las noches rozando el silencio y pensando en las formas de estimarse. En entender el gesto de una mano rozando otra. Calendario (2008) un paréntesis que retumba con “Cuerda y Espada” y la crudeza del horizonte. Esperando mares que no llegaron se siente la otra orilla en el corazón. Y a la nada llegó Privilegio (2011) y su demoledora y breve perfección; pura ilusión eléctrica y vertiginosidad encantadora. “Nuestro Plan” y “Verano” son el asombro del recuerdo. Todo está condesando y se bebe como el Sol justo antes del atardecer. Luego el silencio hasta el año pasado con Sector apagado (2019) y una vuelta más a las tierras fluviales y los cielos despejados de amargura. Y salir de nuevo a recorrer las ciudades y pensarla. Ahora que todo se nos cierra, sus canciones son caminos infinitos de hermosura incomparable. Primaveras en las que llueven flores y la música es una caricia.
En una escena de Verano (2011) de José Luis Torres Leiva, Rosario Bléfari, encarnando a Isa, camina por el bosque y comienza a caer la noche. Así pienso su música y su poesía: un plano minúsculo y contenido de estrellas salientes. Un camino silencioso donde el quebrar de las hojas y las ramas son casas comunes donde podemos “empezar y empezar”.