
Foto Ricardo Hernández Salinas

Foto Ricardo Hernández Salinas

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Por Ricardo Hernández Salinas @kh40ss
En MHR celebramos la llegada de Los Fresones Rebeldes a Puebla como un acontecimiento que va más allá de la nostalgia. El 21 de agosto, en el pequeño pero cálido Foro Museba, fuimos testigos de la primera presentación de esta banda legendaria en la ciudad, el primer concierto de una mini gira de tres fechas en México. El lugar, situado en el corazón de la ciudad, condensó todo lo que entendemos por música Indie: cercanía, fragilidad y rabia divertida. Allí, frente a un público reducido, la banda ofreció un show íntimo que devolvió sentido a la idea de que la música más auténtica no necesita estruendo masivo para atravesar generaciones y geografías.
La noche comenzó con la sensación de asistir a algo intransferible: un grupo que a pesar de su historial y trayecto se coloca en un espacio modesto como si se tratara de su hogar. Desde que Ana Vaquero subió al escenario se percibió esa continuidad vital: su voz, su actitud y esa forma tan particular de mirar al público remiten a una trayectoria que he visto crecer desde hace años. La primera vez que la vimos fue en 2008, cuando ella se presentó como La Monja Enana junto a L KAN en el mítico Centro Cultural España de la Ciudad de México; aquella noche, su interpretación de “Al Amanecer” volvió locas a las personas y dejó una huella indeleble. Hemos visto a Ana en escenarios gigantes como Vive Latino, y sin embargo esta noche en Museba, la entrega y la vitalidad fueron exactamente las mismas: la intensidad no depende del tamaño del lugar. Eso es parte del misterio y la fuerza de estos músicos: su capacidad de mantener la llama intacta, ya sea ante miles o frente a veinte espectadores que la corean como si fuera la primera vez.
La selección del repertorio trazó un puente entre lo nuevo y lo clásico. Hubo canciones recientes que muestran a una banda en movimiento, explorando texturas y letras con la madurez que da la experiencia, y hubo himnos de los 90s que todavía cortan el aire como dagas suaves de memoria colectiva. Nuestra favorita, como ha sido durante años, volvió a ser “La Inocente”: un tema que reúne ternura y sarcasmo, capaz de cantar a la vez la melancolía y la desfachatez generacional. “Bola” —esa pieza que muchos conocen por su versión extendida y que algunos recuerdan como “Bola de Cristal”— activó un coro donde se confundieron todas las edades y los recuerdos. Y “Al Amanecer”, la canción eterna que acompañó nuestra adolescencia, se convirtió en el instante de comunión perfecto: durante ese momento la sala pareció contener la respiración y, por unos minutos, el tiempo se replegó.
A pesar del calor que se generó en la sala —un calor humano que hizo sudar las paredes de Museba— la agrupación estuvo impecable: bailando, cantando, dejando claro que la técnica y la energía pueden convivir con la calidez de un lugar pequeño. La instrumentación sonó compacta, con arreglos que respetaron la esencia de los temas originales pero que, a la vez, aportaron pequeñas variaciones en vivo que renovaron la escucha. La conexión entre banda y público fue inmediata: miradas largas, coros que nacían espontáneos y una sensación de que, por esa noche, las fronteras que solemos poner entre tiempo, espacio y generaciones simplemente desaparecieron.
Y es que este tipo de actos desdibujan precisamente esas fronteras. Cuando una canción atraviesa a distintas generaciones, cuando alguien que la escuchó en cinta en los noventa la comparte con alguien que la descubrió hace un mes en streaming, entendemos que la música es un tejido que no atiende a límites territoriales ni a calendarios. En Museba quedó claro que la música puede conectar puntos que otras disciplinas no logran enlazar: une recuerdos, repara distancias, arma genealogías afectivas. Ver a gente mayor abrazar a jóvenes frente al mismo estribillo confirmó que esas construcciones sociales se vuelven pequeñas ante la potencia de una canción.
El concierto incluyó tanto nuevas piezas como clásicos, y el set list, tal cual apareció en la hoja que circuló esa noche, fue el siguiente:
Un viaje
San Valentín
Barco
Cara Bonita
Chispa
Creo que me quiere
Libertinaje
Suave
Novia
En visto
Talgo
Algo hay
Amor que no tiene fin
Bola
Quiero saber
La inocente
Fuente de amor
Estamos locos
Arriba
Al amanecer
Sueño
¿Por qué?
Quiéreme
Medio drogados
Amor mejora
Di que no te irás
Fin del mundo
Llama
Los amantes
No te preocupes
Al repasar estas canciones en la sala, comprendimos por qué Los Fresones Rebeldes siguen siendo referencia: su catálogo contiene himnos capaces de atravesar contextos, y sus canciones nuevas demuestran que una banda veterana puede seguir explorando con honestidad. Temas como “Quiero Saber” o “Fuente de Amor” mostraron la madurez lírica de la agrupación; “Arriba” y “Sueño” mantuvieron la efervescencia que caracteriza sus shows; y los cierres con “Fin del Mundo” y “Los Amantes” dejaron la sensación de haber asistido a un rito compartido.
Seguramente nos volveremos a encontrar. Al salir, todavía olíamos a escenario y cerveza barata, y la ciudad nos recibió con su ruido cotidiano; sin embargo, algo en nosotros había quedado cambiado: la certeza de que los conciertos pequeños son a menudo los más rotundos, que la música independiente sigue siendo un territorio de encuentro radical y que artistas como Los Fresones Rebeldes siguen reteniendo la capacidad de conmovernos sin artificios. Nos quedamos con la imagen de Ana Vaquero entregada, de la banda sonriente y del público agotado de tanto cantar. En MHR aplaudimos esa entrega y esperamos el próximo encuentro con la seguridad de que la música, una vez más, venció las fronteras y nos reunió.