Mutek México 2025 /// Autechre: El sonido no necesita rostro cuando tiene alma

October 13, 2025

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Autechre en México:
El sonido que nos devolvió a la animalidad musical

Por Ricardo Hernández Salinas @kh40ss

El momento histórico: Mutek México 2025 y el dúo que redefinió la electrónica

El domingo 12 de octubre de 2025, Mutek México 2025 escribió una página imborrable en la historia de la música electrónica en México. En su 21ª edición, el festival logró lo que parecía imposible: traer por primera vez a un país de habla hispana a Autechre, el enigmático dúo inglés formado por Sean Booth y Rob Brown, cuya influencia en la música contemporánea es comparable a la de leyendas como Aphex Twin. Con una gira mundial limitada y más de una década de ausencia en escenarios internacionales, su presentación en los Estudios Maravilla no fue solo un concierto: fue la coronación de un festival que ha posicionado a México como epicentro de la vanguardia digital global.

Autechre llegaba con una reputación construida durante 38 años de carrera: pioneros del IDM (Intelligent Dance Music) que evolucionaron desde el Techno melódico de sus primeros trabajos hacia un sonido abstracto y experimental, donde la tecnología no es solo una herramienta, sino un lenguaje en sí mismo. Su elección de México para su debut latinoamericano confirma lo que en MHR hemos visto crecer por años: MUTEK es mucho más que un festival; es un termómetro de la salud creativa de la escena local.



El preludio:
Leslie García y los paisajes sonoros introductorios

La noche comenzó con la intervención de Leslie García, artista sonora cuya propuesta funcionó como un portal dimensional. Entre proyecciones láser que se entrelazaban con field recordings y sintetizadores modulares, tejió una atmósfera etérea que preparó al público para la inmersión profunda. No era una “apertura” tradicional, sino una ceremonia de purificación auditiva donde cada frecuencia parecía diseñada para resetear nuestra percepción.

La oscuridad como statement:
Autechre y el ritual sonoro

Sabíamos, por crónicas de su gira, lo que esperaba: oscuridad total. Pero ninguna descripción pudo prepararnos para la experiencia sensorial que viviríamos. Al apagarse las luces, el silencio se volvió tangible. Sin saludos, sin introducciones, sin siquiera distinguir sus siluetas, Booth y Brown comenzaron a tejer su arquitectura sonora desde las sombras.

Los primeros siete minutos fueron una progresión de texturas y glitches que se acumularon como nubes antes de la tormenta —capas de frecuencias que se desplazaban en la oscuridad, creando un paisaje auditivo en constante transformación. Pero lo verdaderamente fascinante fue la imprevisibilidad absoluta que caracterizó cada momento siguiente. Cuando irrumpieron las percusiones —ritmos fracturados, patrones que se desdibujaban y recomponían en tiempo real—, no supimos hacia dónde nos llevarían. Era como navegar un mar desconocido donde cada nueva ola sonora traía sorpresas: secuencias que parecían desintegrarse para renacer como criaturas rítmicas distintas, bajos que emergían desde las profundidades para estremecer el cuerpo y luego evaporarse en el éter.

Esta curiosidad sonora se mantuvo a lo largo de toda la presentación. Conforme avanzaba la noche, el dúo nos sumergió en un viaje cerebral donde lo único constante era el cambio. No había puntos de referencia familiares, no había estructura pop que reconfortara —solo un flujo continuo de sonidos que desafiaban toda categorización. La energía colectiva se transformó en algo primario: dejamos de ser espectadores para convertirnos en cómplices de una exploración sónica donde el desconcierto inicial se transformó en fascinación pura.

Esto no era un “concierto” en el sentido convencional: era un retorno a la animalidad musical, una experiencia primal donde el sonido operaba en un nivel prelingüístico, conectando directamente con nuestros instintos más básicos. En la oscuridad total, sin estímulos visuales que nos orientaran, cada nuevo giro sonoro se sentía como un territorio virgen por descubrir —y Autechre demostró por qué son maestros en el arte de la incertidumbre organizada.



La filosofía del anonimato:
Por qué importa no ver sus rostros

En una era obsesionada con la visibilidad y la construcción de personajes, Autechre propone lo contrario: el sonido como entidad autónoma. Durante casi dos horas, no vimos más que el tenue brillo de dos pantallas en sus equipos, pequeños faros en un océano de frecuencias. Al finalizar, cuando las luces revelaron el escenario vacío —ya se habían retirado sin despedirse—, comprendimos el mensaje: no había ídolos que celebrar, solo una experiencia sonora colectiva.

Este acto de desaparición voluntaria resonó como un manifiesto silencioso: en un mundo hiperconectado, donde cada concierto se documenta compulsivamente en redes sociales, ellos crearon un espacio de desconexión radical. Sin celulares, sin pantallas, sin la presión de compartir, el público se enfrentó a algo raro en nuestro tiempo: el arte como experiencia pura, no como contenido.

El legado:
Mutek y el futuro de la escena mexicana

Que Autechre eligiera México para su debut latinoamericano no es casualidad. Mutek México lleva 21 ediciones construyendo un ecosistema donde la experimentación digital no es marginal, sino central. Desde sus primeras ediciones en 2003, el festival ha funcionado como puente entre la escena local y corrientes globales, pero este concierto marca un punto de inflexión: México ya no es un destino emergente, es un nodo esencial en el circuito de vanguardia.

La paradoja más hermosa

En MHR, hemos presenciado cientos de conciertos, pero ninguno como este. Paradójicamente, aunque casi no vimos a los integrantes de Autechre, fue uno de los conciertos más vivos que hemos experimentado. Porque la vida, en su esencia, no siempre es visible: a veces se expresa en vibraciones que resuenan en el cuerpo, en ritmos que activan memoria ancestral, en frecuencias que conectan con lo que fuimos antes de las pantallas.

Autechre no vino a “actuar”. Vino a recordarnos que la música, en su estado más puro, es una fuerza natural que nos precede y nos supera. Y Mutek México, una vez más, nos demostró que los festivales no se miden por los headliners que contratan, sino por las experiencias transformadoras que pueden generar.

Como escribió Simon Reynolds sobre la cultura electrónica: “A veces, la oscuridad nos permite ver más claro”. Esta noche, en blackout total de Estudios Maravilla, encontramos una verdad extraña y hermosa: a veces, no ver es la forma más profunda de presenciar.

El sonido no necesita rostro cuando tiene alma.

Post escrito por: Ricardo Hernandez Salinas

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