Won’t you come out to play?:
50 años del White Album de The Beatles
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
El trabajo de cuatro solistas trabajando bajo un mismo nombre. El inicio del final del idilio en 30 canciones. El álbum más ambicioso de su carrera, quizá de toda la producción musical de los sesenta. La prueba de que nadie podía ponerles un hasta aquí creativo, y por lo mismo, la prueba de que quizá la banda más grande del mundo no era infalible. Hay muchas maneras de acercarse a The Beatles, mejor conocido como el White Album, porque hay muchísimas voces contenidas en el LP doble por excelencia (aunque dos años antes, tanto Bob Dylan como Frank Zappa se disputaron el lanzamiento del primer álbum doble de la historia), muchísimos estilos musicales, muchos niveles de lectura, análisis y escucha. Yo, como fan absoluto de la banda, me inclino a considerar al White Album como la banda sonora de una ruptura irreparable justo por todas las razones enlistadas arriba. A esto es a lo que suena que a una de las alianzas más sólidas de la historia deje de interesarle estar unida. Y en eso radica su fortaleza y su importancia como documento sonoro para fotografiar no sólo el momento por el que sus creadores estaban pasando sino el estado del mundo en 1968. Apenas un año antes, los Beatles habían atestado un golpe a todas las nociones preconcebidas de lo que era un álbum de música Pop y cuáles podían ser sus limitantes. Era clarísimo que se iban a engolosinar. Insisto, ya no había nadie que los pudiera detener.
El génesis de estas grabaciones está en el viaje que el grupo hizo a Rishikesh, India, a principios del año, a insistencia de George, para conocer más sobre meditación trascendental. Poco hubo de eso, y John, Paul, y el mismo George más bien usaron su tiempo en componer y echar el palomazo con miembros de los Beach Boys y Donovan durante las largas noches de insomnio. Ringo se regresó a los tres días porque la comida del lugar casi lo mata. Una vez de vuelta en Londres, George invitó a los otros dos a su casa en Esher, un suburbio de la capital con aires bucólicos y de paz y tranquilidad. Ahí, grabaron las canciones que habían compuesto en la India y que formarían parte del siguiente álbum. Si uno escucha los demos de esos días (y que ahora están disponibles de forma oficial y completa en la re-edición del 50 aniversario del álbum) se da cuenta de que la creatividad estaba desbordada. Tanto en el buen sentido de la palabra como en el malo. En esos demos están las semillas de genialidades como “Dear Prudence”, “While My Guitar Gently Weeps”, “Piggies”, “Mother’s Nature Son”, “Cry Baby Cry”; pero también está el origen de canciones que uno francamente no sabe si empezaron como una broma que decidieron tomarse en serio (“Honey Pie”, “Back In The USSR”, “Ob-La-Di, Ob-La-Da”, “Everybody’s Got Something To Hide Except Me And My Monkey”, “Rocky Raccoon”). George Martin, al ver el exceso en el que sus muchachos estaban cayendo les sugirió que lanzaran el álbum en dos partes: “El Álbum Blanco y el Álbum Más Blanco”. Pero el ambiente estaba tan volátil durante las sesiones de grabación que ya mejor ni le movió. The Beatles es, entonces, puro ego. Hoy, a 50 años, y con la edición especial supervisada por el hijo de Martin, Gilles, me parece que esa necedad de mostrarse como “La Banda Que Todo Lo Podía” está bien justificada. Al final poco importa que en la mayoría de las canciones los cuatro miembros de los Beatles trabajaron por su cuenta (acaso sólo “Birthday”, “Revolution 1”, “Yer Blues”, “Sexy Sadie” los muestran como la unidad que originalmente eran), que Ringo se haya hartado de encontrar a Paul sentado en su batería grabando sus partes y haya renunciado de la banda una semana sólo para después regresar y encontrar su instrumento tapizado de flores en franco gesto de arrepentimiento, que el sagrado espacio que era el estudio se haya visto invadido por visitas de todo tipo por primera vez en toda su carrera, que John y Paul a duras penas se dirigieron la palabra durante los cinco meses que duró la grabación, que debido a estas tensiones se hayan echado al plato a dos ingenieros de audio y George Martin haya considerado abandonarlos de una vez por todas por la insistencia de incluir algo tan fuera de lugar como “Revolution 9”. Poco de eso importa cuando el resultado son varios de los momentos más altos de la banda y que los mostró como músicos maduros y geniales compositores con mucha más idea de cómo hacer funcionar una canción que nunca hubiera existido en ningún otro álbum de la banda (“Long, Long, Long”, “Blackbird”, “Julia”). Nada de eso importa si aun cuando el grupo se está desintegrando en cámara lenta logras sacar un álbum al que todo el mundo se le cuadra en mayor o menor medida.
Paul McCartney, en 1994, respecto a si The Beatles le seguía pareciendo excesivo, lo puso muy en claro: “Fue genial. Vendió bien. Es el pinche White Album de los Beatles. ¡Cállense!”. Eso, creo, lo dice todo.
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