I could make it all go away
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Angel Olsen suena a lo que David Lynch sueña. Una voz de amplio alcance, por momentos evocadora de Nico, pero que a la vez recuerda a Elizabeth Fraser de Cocteau Twins; un sonido etéreo y febril, que, sin embargo, suena lo suficientemente aterrizado para saber que estamos ante algo hermoso y perturbador; coqueteos con el Rockabilly de Roy Orbison; letras dolorosas cantadas desde lo más profundo de su pecho, enmarcadas en melodías juguetonas y figuras melódicas pegajosas que no te sueltan una vez que se han colgado de tus oídos.
Angel Olsen suena a una añoranza imposible de definir, a algo que no vivimos pero que quisiéramos recordar, a un recuerdo que se nos deshace entre las manos, mientras la cantante crea riffs precisos y su banda la sostiene como red de seguridad. My Woman, su álbum del año pasado, el tercero de su carrera, es de esos discos que han ido creciendo conforme pasan los meses: hizo buen ruido cuando fue lanzado, pero su fanbase se ha ido incrementando desde entonces y el culto alrededor de la cantante se ha ido volviendo cada vez más sólido. Este año, Phases, una colección de rarezas y lados B, ha generado la suficiente expectativa para que los medios estén al pendiente de lo que va a suceder una vez que esté disponible.
Ver en vivo a Angel Olsen es dejarte seducir por su voz trémula y su acaricante guitarra mientras sus ojos verdes abiertos de par en par te perforan en lugares que no sabías que existían.