Come, Armageddon! Morrissey en el Auditorio Nacional

November 23, 2018

Fotos cortesía César Vicuña (OCESA)

Fotos cortesía César Vicuña (OCESA)

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Fotos cortesía César Vicuña (OCESA)

Fotos cortesía César Vicuña (OCESA)

Fotos cortesía César Vicuña (OCESA)

Come, Armageddon! Morrissey en el Auditorio Nacional

Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_

En fechas recientes, ser fan de Morrissey parece una carrera de resistencia. Desde sus declaraciones después del atentado terrorista en Manchester hasta sus, igual de desafortunadas, opiniones sobre el movimiento #MeToo, pasando por un álbum más bien medianón, todo indicaría que lo que el divo de Manchester quiere es alienar a la gente lo más que pueda y convertirse en el tío incómodo al que ya te da pena invitar a cenar. Esta noche, cuando las luces del Auditorio Nacional se encendieron, después de poco menos de hora y media de concierto, se escuchó un suspiro de decepción generalizado por parte del público. Al ir acercándose a la salida, se escuchaban silbidos enojados y comentarios que iban en el tono de: “¿Qué le pasó?” o bien, “Ya es la segunda vez que la aplica así”, refiriéndose, claro está, a la presentación que dio en marzo en el Vive Latino. El tren se empezó a descarrilar muy pronto. Todo había arrancado bien, con fuerza, en el momento en el que pusieron pie en el escenario y se despacharon “William, It Was Really Nothing” para abrir. Pero luego, el octanaje bajó y ya nunca se levantó.



Entre que el setlist estuvo muy disparejo, muy cargado hacia los últimos discos, poco complaciente, y que Morrissey se veía desganado, sin la entrega que lo suele caracterizar en vivo. Si tuviera que compararlo con el concierto que dio el año pasado en el Palacio de los Deportes, aquí parecía por completo desinteresado. Aquella vez, al menos estaba enojado, con todo y que nos recetó su video de mataderos durante “Meat Is Murder”. Aquella vez, al menos, se le sintió sermoneador y regañón. Y estuvo bien. Hoy, Morrissey quedó a deber en todos los sentidos. Ni siquiera el encore con “Everyday Is Like Sunday” logró enderezar al barco. Ni ese gesto de cariño que Morrissey le dio al hombre que se subió a abrazarlo cuando le dijo “Amigo” y le regresó el abrazo. Ni el speech de Gustavo Manzur, el tecladista, diciendo en español que Moz (“El Jefe”, como se refirió a él) estaba muy feliz y que se sentía como en su casa, sonó creíble luego del cortón que nos dieron una hora y veinticinco minutos después de haber subido al escenario. Ser fan de Morrissey sí es una carrera de resistencia. Siempre lo ha sido. Hoy más que nunca muchos han (hemos) empezado a tirar la toalla.

Post escrito por: Ernesto Acosta

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