Ethel Cain
Preacher’s Daughter
Daughters of Cain
8.5
Miedo en la tierra de Dios
Por Eduardo Lara @lalolarete
Recuerdo que cerca de casa de mi abuela y abuelo, lugar donde nací y me formó en la persona que soy hoy día, había una iglesia. Si bien recuerdo está pasando el mercado de la colonia, y creo que al lado había una panadería. Cuando eran vacaciones, días sin escuela, o me quedaba en casa por cualquier razón, acompañaba a mi abuela a la iglesia. Recuerdo los tonos verdes de los azulejos que refractaban la luz del sol en diagonal. Bajo la tradición católica, era una iglesia bastante amplia y fría, pero todavía recuerdo el calor de mi abuela al entrar y salir, para regresar a casa con algún dulce o pan. Hace años que no paso por esa zona periférica de la ciudad, pero tengo recuerdos de bautizos, XV años, confirmaciones o alguna fiesta familiar en ella; el mismo ritual: misa e iglesia como punto de reunión, y después a una casa cerca donde los zaguanes se abrían a la calle y niños corrían por la calle y los patios de las casas.
Crecer a las afueras de un monstruo como la Ciudad de México es algo contradictorio, paradójico, y hasta cierto punto mágico. A veces mi calle era rural, con caballos recorriendo ese asfalto mal pavimentado, recuerdo haber visto algunas vacas sobre la calzada de Zaragoza, y algunas fiestas patronales de la iglesia. A veces más urbanos que el mismo centro: balaceras que salían en las noticias de la televisión, mi mamá empujándome de regreso a casa porque un auto pasó a toda velocidad disparando contra alguien que corría por su vida en ese pavimento mal colocado, o las historias de como vecinos de mi edad terminaban en pandillas y, eventualmente, corriendo por su vida en la calle.
Pero de fondo estaba esa iglesia. Recuerdo haber tomado clases de química en una casa de una vecina. Ella tenía un ayudante, tal vez su esposo (no lo recuerdo), pero le gustaba escuchar Rock de los setenta: cabello largo, alto, voz grave, y unas manos paternales. Él decía que uno de mis compañeros, también pésimo para la escuela, era su hijo; le decía Dee Dee (por El Laboratorio de Dexter, no dejaba de hablar). A una cuadra estaba esa iglesia, y Dee Dee, para mencionarlo así, nos contaba de sus amigos y sus aventuras en esas pandillas (que en realidad eran divisiones locales de los grandes cárteles de nuestro país, pero con un toque de flow o estilo citadino). Cada que terminaba una historia este señor hacía que Dee Dee se persignara, y le daba la bendición cada que acababan esas clases. A otra cuadra, sentido contrario a la iglesia, había una casa abandonada con ventanas rotas que daban al negro más oscuro que he visto en mi vida, y distintos grafitis que adornaban las paredes: unos dibujos de Looney Tunes, y tag names de quienes pintaban. Todo ante la vista de Dios.
Años después salí de la periferia. Mis abuelos se mudaron de la ciudad, y yo terminé en una colonia de la ciudad que es todo lo contrario a esas calles que daban a la orilla de la urbe. Cambié de círculos, conocí nueva gente, y escuché historias de familias que crecieron y eran miembros distinguidos de los clubes más exclusivos del antes llamado Distrito Federal. No dudo que en esos recuerdos que escuché estén llenos de amor, pero se sentían falsos, exteriores a mí; yo crecí bajo la mirada de Dios, ellos se creían los dioses de esa zona de la ciudad.
Llevo cuatro párrafos de mi historia personal, y esto es una reseña de un disco ¿A dónde estoy yendo con esto? Aquí es cuando entra la música de Ethel Cain. Después de tres EPs esta cantautora que reside en Alabama lanzó su primer larga duración: Preacher’s Daughter. Empecemos con lo formal, luego nos vamos a darle sentido a mis anécdotas.
¿A qué suena Ethel Cain? En este disco nos encontramos con la Americana más sincera en mucho tiempo. Música que pasa por el Country, Heartland y Folk. Que en parte recuerdan a obvios exponentes del género como Bruce Springsteen, o Karen Dalton, o incluso a veces recuerda a Richard & Linda Thompson. Vocalmente también por ratos Dolores O’Riordan hace alguna aparición. Y en cuanto a sonidos más contemporáneos, Ethel Cain parece seguir la tradición de compositoras actuales como Lana del Rey (principalmente), o Weyes Blood.
Ethel Cain nos da su visión de Estados Unidos. Una que parece coincide mucho con la de Springsteen en Born in the USA, pero sobre todo en Nebraska. Estados Unidos es en realidad el mejor truco de magia de la historia: una maravilla por fuera, pero que su sistema y funcionamiento es un total engaño y estafa. La tierra de las oportunidades, pero sólo para el mejor postor. Donde sin importar el trabajo fuerte y honesto de la gente de todos los días, siempre se termina llegando a ningún lugar. “American Teenager”, segunda canción del disco, parece ser algo así como la continuación espiritual de “Born in the USA”, mientras que “Hard Times” confronta el tema de las difíciles relaciones paternales, y como estas nos permean y terminamos repitiéndolas aunque no queramos, de forma muy similar a como Springsteen lo hizo en “My Father’s House”. Este país, tierra de la libertad, que solo termina llevando a sus trabajadores a un punto muerto, los empuja a destinos muy limitados: la total locura, o el camino de la religión.
Y aquí es cuando empiezan a pintarse los paralelismos con Lana del Rey. Pocas cosas popularizó tanto del Rey como la fantasía de huir de tu casa y viajar por todo Estados Unidos con tu novio motociclista; vivir una vida de rebeldes sin causa ante las luces neón del mejor país del mundo. Ethel Cain retoma esta fantasía a lo largo del disco, pero principalmente en “Western Nights”. Y la fantasía es contada a lo largo de las trece canciones que lo conforman. Iniciando con un contexto previo, o acto I: una chica que tiene una vida en casa complicada y tiene el corazón roto; el acto II: decide huir de casa con un motociclista y recorren el país; y el fatídico acto III: con quien huyó resulta ser un psicópata y abusador; con un epílogo que no nos deja en claro el destino final de ella, pero sí sabemos que está desaparecida y su nombre se lee en volantes y cartones de leche.
Lo que Ethel Cain hace es agarrar la fantasía que Lana del Rey volvió a popularizar a principios de los 2010s, pero aterrizarla a tierra. Una fantasía cuyo precio es ella siendo cosificada como mero objeto de deseo masculino, y como chivo expiatorio para un país fuertemente cristiano: el cordero que es asesinado como prueba de que el mal existe, y por ello con su muerte los pecados de una nación, que permitió esto en primer lugar, son perdonados.
Lana del Rey a lo largo de su carrera también menciona este lado oscuro de la fantasía. Pero lo hace desde un punto de vista de un país puro y maravilloso: una vida rígida de cristianismo y violencia familiar son características que hacen único a Estados Unidos, y por ende son parte del encanto. Ethel Cain no. Ella pone estos problemas sistemáticos de clase, género, religión, y los pone en la mesa como esos detalles sucios que por más se oculten, terminan saliendo a la luz; y peor aún: costando vidas inocentes y jóvenes. Ya sea una mujer que salió de su casa, como su vecino que fue a la guerra a luchar por el “sueño americano”. Mientras que para Lana del Rey, la Elizabeth Woolridge Grant (hija del millonario Rob Grant), estos problemas son un costo necesario para que su país sea el más grande del mundo, para Ethel Cain son la razón por la que cada domingo ve un rostro menos en su iglesia local.
Springsteen cuenta como cuando hizo su entrevista en Columbia Records, el día que lo firmaron en la disquera, tocó un fragmento de una versión primeriza que tenía de “If I Was The Priest”. El ejecutivo que lo firmó le dijo: “Sin duda eres católico porque eres el único que he escuchado que juega con Jesús en sus letras”. Crecí en un ambiente católico. Mientras mi mamá y papá de cierta forma pusieron resistencia a una vida de iglesia, mi abuela lograba llevar a su casa prácticas religiosas que todavía me acompañan; algún que otro amigo mío se ha reído o ha notado como me persigno cada que voy a manejar. Son detalles así que, por más pequeños que sean, se te quedan. Y cómo no si las calles de mi infancia eran observadas por una de las tantas casas de Dios. Pero también lo que pasaban en esas calles: muerte, gente joven que nunca regresó a casa, niños jugando, caballos y coches blindados compartiendo espacio y tiempo, gente que salía de sus casas a las cinco de la mañana para regresar hasta las diez de la noche, pero que se persignaban cada que pasaban frente a esa iglesia. Y es aquí cuando Preacher’s Daughter, y la música de Ethel Cain, se vuelve extremadamente relevante: ¿cómo Dios permite esto?
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