RPM: 45 años de Young Americans de David Bowie

March 5, 2020

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Never no turning back:
45 años de Young Americans de David Bowie

Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_

Después de ser Major Tom, El Hombre Que Vendió al Mundo, Ziggy Stardust, y Aladdin Sane. Después de llevar al extremo las enseñanzas de Marc Bolan, Syd Barrett, y Lindsay Kemp, ¿quién podría ser David Bowie? La respuesta era fácil. Ser él mismo, pero, como siempre, con un giro. Se tiñó el pelo de naranja, se enfundó en un traje blanco, se deshizo de las guitarras filosas, del maquillaje, y dejó de mirar al espacio. Se mudó a la costa este de Estados Unidos y bastardizó al R&B como sólo él sabía bastardizar los géneros con los que se metía. “Plastic Soul”, le llamó al resultado. Una mezcla improbable de los ritmos Motown, con su swag londinense.



Young Americans, su noveno álbum en apenas siete años de carrera, fue un cambio drástico en un artista que ya para esas alturas se caracterizaba por los cambios drásticos. Aquí no queda ni un solo remanente de lo que había hecho en los años previos. Su álbum anterior, Diamond Dogs, había sido una malograda Ópera Rock con aspiraciones de ser George Orwell en anfetaminas, y cuyo relativo fracaso le mostró el camino para lo que seguiría. A final de cuentas, ese era Bowie: alguien que podía resurgir de las cenizas como si cualquier cosa. Bowie salía avante y se reinventaba cuando a cualquier otro artista un tropiezo, por más menor que fuera, le hubiera significado la carrera. Young Americans fue el primer cambio tan notorio en una carrera que se caracterizó por eso. También es un álbum casi único en su discografía, una especie de isla en el mar que fue su obra completa. No es un disco de transición, ni es el inicio de una serie de exploraciones posteriores. Es Bowie apropiándose por completo de un género y llevándolo a sus últimas consecuencias. Es otro tipo de seducción, además. Antes había mucho de agresividad en su entrega, aquí es lento, suave, sedoso (“Win”, “Fascination”). Es un Bowie menos atrevido y adolescente, más calculador y meditabundo (“Right”, “Somebody Up There Likes Me”). Es quizá la primera muestra de un artista más adulto. Con todo, no deja de perder el filo. El tema que le da título al álbum es un ataque frontal al Sueño Americano, con toda la ironía que sólo él le podía dar. Si se escucha con cuidado toda la apropiación que existe en el álbum parece tener ese tono humorístico: el cover soul-psicodélico a “Across The Universe” de la banda más absolutamente inglesa que pueda haber, y la posterior colaboración con John Lennon en “Fame”. Uno hasta puede imaginarse a Bowie riéndose mientras grababa esto.

En Station To Station del año siguiente, e incluso un poquito en Low de 1977, se pueden escuchar algunos lejanos ecos de lo que Bowie hizo aquí. Vamos, que Carlos Alomar, el guitarrista que reclutó para este trabajo, sería uno de sus colaboradores más constantes de aquí en adelante. Pero en su esencia, jamás volvería a tener un cambio tan drástico, ni tan único.

Post escrito por: Ernesto Acosta

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