Una reseña a Autobiography de Morrissey

May 20, 2015

morrissey-autobiography

Please, please, please, let him get what he wants: Una reseña a Autobiography de Morrissey
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_

Las autobiografías, en especial las de músicos Pop, son siempre un arma de doble filo. O terminas amando a sus autores o los terminas odiando. El caso de la escuetamente titulada Autobiography de Morrissey, no entra directamente a alguno de los dos casos. Tampoco te deja indiferente. Stephen Patrick Morrissey nunca lo hace en su carrera. A sus 56 años sigue siendo un agitador, el Ringleader of the Tormentors, que siempre tiene algo puntilloso e incómodo que decir. A final de cuentas, un punk de corazón. Desde la decisión de editar el libro en la colección Classics de Penguin (generalmente reservada para obras maestras de la literatura inglesa y una que otra norteamericana), hasta ponerle ese título, Morrissey suelta todos los puñetazos que tenía guardados en una carrera que ya rebasa las tres décadas.

Porque leer Autobiography es como ver un encuentro de box en donde el cantante se enfrenta y se pone a mano con la vida que siempre lo ha tenido contra las cuerdas. Morrissey siempre ha sido incisivo, sí, pero también discreto: es muy poco lo que sabemos de su vida personal, e incluso de su desenvolvimiento profesional, primero como el frontman de The Smiths y luego como solista. Lo que sabemos son especulaciones, infladas siempre por la escandalosa prensa británica. Autobiography está escrita desde las tripas, pero sin soltar nunca un estilo cuidadísimo y elegante a tope. Moz puede estar soltando dardazos contra la NME, contra Johnny Marr, contra la industria discográfica y el star-system (norteamericano y británico), pero nunca pierde el estilo. Al igual que el boxeador más importante de todos los tiempos, pica como una abeja, pero flota como mariposa. Ni siquiera pierde el estilo cuando, constantemente, despotrica contra la industria de la carne y el “canibalismo y la barbarie de la sociedad” (sus palabras). Si lo han visto en vivo esquivar hordas de fans que se le lanzan al escenario con gracia y elegancia, mientras deja la vida en el escenario en cada canción, se pueden imaginar el estilo narrativo que tiene.

Respecto a las infinitas y eternas suposiciones sobre su sexualidad y su vida íntima, sigue dejando las cosas muy en claro: nunca crean todo lo que leen de él. Aborda el tema sólo porque le parece valioso hablar de cuando compartió casa con un amante, Jake Walters, a mediados de los noventa y pone fin a la discusión cuando relata que en el aeropuerto, una empleada de la aerolínea les dijo: “O son amantes, o son hermanos”, a lo que él contesta: “¿No pueden los hermanos ser amantes?”. Morrissey, a lo largo de las 457 páginas de su libro, valora más la amistad y el amor a la música que cualquier otra cosa. Cuando habla de cómo localizó a los miembros vivos de los New York Dolls (su banda favorita de la adolescencia) para reunirlos y que se fueran de gira, contagia y se siente que te está hablando un fan común y corriente extasiado de ver a un grupo en vivo por primera vez cuando los presenta en festivales hace casi diez años. No sorprende que dedique casi 60 páginas al juicio que Mike Joyce entabló contra él y Marr en 1997 por concepto de falta de pago de regalías de canciones de los Smiths. Nunca lo dice de manera explícita, pero es clarísimo que ese es el proverbial clavo en el ataúd del grupo, y por lo cual la anhelada reunión nunca sucederá. En ningún momento, Morrissey habla con desprecio de sus cinco años con los Smiths (“La música generada por los tres miembros de la banda era un lienzo blanco sobre el cual yo podía pintar libremente”), pero sí de la actitud rapaz de Mike Joyce y Andy Rourke de querer apropiarse de algo que nunca les perteneció y que, quizá, nunca entendieron o amaron como él. A final de cuentas, lo que importa es la música y lo que Morrissey puede contagiarle a la gente a través de ella. Eso es lo que nos queda al terminar el libro, un hombre cuyo único interés ha sido siempre el mismo: hacernos la carga de vivir más soportable con unas cuantas notas y por el tiempo que dura una canción, tal como lo ha hecho él con su propia existencia, ese encuentro de box en el que por fin va ganando.

Post escrito por: Ernesto Acosta

Post Relacionados