Celebrating Bowie @ El Plaza Condesa

March 4, 2018

Foto: Diego Figueroa (DF) / Cortesía

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Foto: Diego Figueroa (DF) / Cortesía

Por Brandon Zamudio @Zamuthustra

Tras la preocupación por el posible colapso de El Plaza Condesa debido al sismo del año pasado, lo único capaz de hacerme poner un pie en el lugar era el Celebrating Bowie. Si el techo caía sobre nosotros, al menos nos iríamos al más allá disfrutando la música de un artista que en algún punto de nuestras vidas, nos salvó. En la cola había decenas de caras con rayos pintados, pero nadie parecía tener ánimos de acusar a nadie de poser, pues estábamos bien conscientes de que la magia de Bowie trasciende generaciones.

Hice charla con una señora, quien de inmediato nos presentó a mí y a mis amigos como “la nueva generación Bowie” a sus acompañantes (somos lo mismo, pero ahora lo escuchamos en streaming y hacemos shitposting en redes… perdón, starposting). Ella tuvo la suerte de asistir a su único concierto en México en 1997, e incluso tenía una foto con él: ahí estaba, su sonrisa al lado de un Bowie con gafas oscuras y un corte noventero de la era Earthling. El de ella fue el enésimo testimonio que he escuchado sobre que era un ser caballeroso y accesible. Quizá como fans absorbimos algo de su esencia afable, y por ello había tan bien ambiente.

Por lo mismo, no fue en absoluto difícil conseguir un lugar centrado y justo enfrente del escenario. La charla era tan animada que la espera a los músicos no pareció muy larga. De inmediato llegó nuestro presentador, Mike Garson. Si alguien lo sigue en Twitter, sabrá lo mucho que extraña a su amigo. Él no se sentía opacado por Bowie: se sentía nutrido artísticamente. No parece tener un problema con que su biografía se llame Bowie’s Piano Man. David le dio su carrera y reputación, así que lo acompañó gozosamente por décadas, volviendo a sus arreglos atonales de teclado una característica de su discografía y, muchas veces, las partes más divertidas de los tracks que adornaban.

Lo que Garson nos decía se perdía a veces entre el ruido, pero su tono era afectuoso, y sus comentarios llevaban una que otra anécdota embebida. Que si Bowie se desmayó una vez en los setentas tocando “Rock ‘N’ Roll Suicide”, que tal músico que estábamos viendo tocó en Let’s Dance, que si éramos su mejor audiencia hasta ahora. Eso último es algo que todos los músicos dicen, pero parecía genuinamente impresionado de nuestra efusividad. Tenía la sorpresa impresa en el rostro. Estoy parafraseando, pero dijo algo como: “No habíamos tocado para gente a la que le gustase tanto esta música”.

El único defecto era que la voz se perdía en la mezcla (en gran parte gracias a las guitarras), pero no importó demasiado, ya que de por sí el cántico de la audiencia tapaba todo. Además, la pasión de Bernard Fowler (quien hace coros para The Rolling Stones) era tal que a veces ni necesitaba el micrófono. Su registro alto para los versos de “Stay” y el coro de “Fame”, así como su vibrato grave en “Station to Station”, eran “bowiescos” a más no poder. La noche abrió con el primero de dos deep cuts que escucharíamos, “Bring Me the Disco King”, el final jazzy de Reality de 2003 y una de las joyas más infravaloradas del inglés. Fowler lució su talento vocal con un pequeño medley en los acordes finales, pasando por “Lazarus” hasta “Memory of a Free Festival”: “The sun machine is coming down… and we’re gonna have… a party!”.

Y fiesta hubo. Tener a Gerry Leonard y Earl Slick enfrente, derrochando estilo en sus guitarras, uno muy quieto con su mechón azul y su cara de seguridad y otro moviéndose como una serpiente, era una imagen increíble para quien solo lo había visto en una pantalla. Se sentía íntimo y, al final, muchos se fueron a casa con una de las púas de Gerry. Fowler cadereaba sin pena, canalizando la androginia de Bowie. Después de su “Moonage Daydream” cedió el escenario para “Changes” y se le extrañó, pero era loable la entrega de los demás vocalistas, como Alfonso André, quien nos regaló “Ziggy Stardust”.

No fue sino hasta a partir de “Space Oddity” que empecé a percatarme de lo emocionalmente unido que estaba a esas canciones, que ya como fan completista incluso me parecían gastadas. La atmósfera fue de inmediato envolvente: el amor de Bowie por el cosmos en cada célula. Ojos húmedos empezaron a surgir. En el dueto de Fowler y Gaby Moreno (quien había estado relegada a la guitarra acústica) de “Under Pressure”, me di cuenta de lo impactantemente bella que es la canción, y su final (“Cause love’s such an old-fasioned word…“) provocó ríos de lágrimas en varios rostros. El mismo efecto se vio repetido en su dueto de “Wild Is the Wind”, con una bellísima y colorida nota larga de Gaby para rematar.

Lloramos, pero la mayor parte del tiempo, bailamos. No podía faltar “Let’s Dance”. Sabíamos a lo que íbamos, y ellos también. Garson, por lo tanto, sabía que queríamos escucharlo invadir el piano con “Aladdin Sane”, así que nos dio un solo extendido en el que interactuó con Dan Zlotnik en saxofón. Como siempre, la obra de Bowie jugando en los confines del jazz.

Como encore tuvimos a Gerry con un arreglo solo de “Andy Warhol” (segundo deep cut), una obligatoria “Life on Mars?” por Gaby (perdieron la apuesta todos los que dijeron que saldría Lorde), “Diamond Dogs” y “Heroes”.

Bowie, asumo, es para ustedes y para nosotros, nuestro héroe”, comentó Garson antes de tocar la última canción. La versión que escuchamos no fue la berlinesa sino la de las últimas giras, que siempre empezaba de inmediato con el you can be mean y un arreglo más sencillo y amigable, haciendo énfasis en el aspecto hímnico en lugar del político. Esa versión que deja la ansiedad etérea y abraza la esperanza. Porque Bowie fue muchas cosas, pero lo más importante es que fue (y seguirá siendo) algo positivo para todos nosotros, sus fans. Celebrating Bowie era, en efecto, para celebrar.

Post escrito por: Blogger invitado

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